Bayamo, lejano aún a la hoguera que iba a inflamarse en 1868, adiestraba en silencio los remos potentes de aquella bandada de cóndores que tan alto iban a volar en el cielo de la patria, congestionada la retina por todas las visiones de Arte y de la Ciencia. La sociedad de aquellos días se deslizaba tranquilamente entre el Fausto y la riqueza, halagada por el acento de sus poetas y las melodías de sus músicos. ¡Época feliz en que un buen verso conquistaba el aplauso y una canción llenaba de amor el corazón de sus mujeres!
Entre las muchas diversiones de que disponía la juventud de aquellos días para su esparcimiento, descollaba la costumbre, heredada de los árabes por sus progenitores, de cantar, en las medias noches, ante las rejas de sus novias y aún simplemente de sus amigas. Después de la salida del teatro, de cada velada de “La Filarmónica” o de cada sarao familiar, nada le seducía tanto como acudir a las ventanas de sus damas y allí, bajo el palio de los cielos tachonados de astros, gemir amores en las estrofas de las canciones entonadas magistralmente, entre el sollozo de los violines o el llanto vivo de la guitarra.
La noche del 18 de marzo del año 1848, un grupo de amigos, José Fornaris, Francisco Castillo Moreno, Carlos Manuel de Céspedes Y Carlos Pérez, se detuvieron en el Parque, después de haber presenciado una representación dramática en el teatro, situado, en aquella época, al lado del Parque y en la planta baja de “La Filarmónica”. Allí, cambiando impresiones y planeando la serenata correspondiente a esa noche, exclamó Francisco Castillo Moreno dirigiéndose a Céspedes y a Fornaris:
- Invito a ustedes, que son poetas, a escribir una canción que deseo dedicarle a mi novia; pero quisiera que fuese netamente bayamesa. Yo me encargaría de ponerle música.
Fama tenía Castillo Moreno, entre la juventud, por las composiciones que llevaba hecha, matizadas de una tristeza lánguida y tranquila, de acuerdo con el ambiente de la época.
- Aceptado- exclamó Céspedes tan pronto como Castillo Moreno puntualizó su proposición; y dirigiéndose a Fornaris, le dijo:
-A ti, Pepe, te toca la letra. Pancho y yo le pondremos música.
Aceptó Fornaris y tomaron a acordar la serenata habitual; momentos después abandonaron el Parque.
En aquella misma noche inició Fornaris su labor y a la mañana siguiente puso en manos de sus amigos los siguientes versos de la canción, titulados con el sugestivo nombre de: La Bayamesa.
El poeta había triunfado. Superando el anhelo del compositor, había engarzado con maestría insuperable, con repujado gusto de orfebre, el amor tiernísimo de la amada con el amor ardoroso de la patria, sumida en negro caos de la opresión y la servidumbre.
Como lo prometieron Céspedes, Castillo y Moreno compusieron la música, y en la madrugada del 27 de marzo, cabe la rejas de la amada de Castillo Moreno en la calle de “El Salvador”, guiada por la voz magnífica de Carlos Pérez, acompañando a la de los tres amigos, resonaron por primera vez bajo el cielo de Bayamo, las indescriptibles, las románticas notas de “La Bayamesa”.
Fuente: Maceo Verdecia, J. (2009). Bayamo. La Bayamesa. Ed: Bayamo, pp. 17 y 18 |
Nació esta joven a fines de noviembre del año de 1831, en una hacienda nombrada «La Villa», no muy distante de Bayamo. Así lo expresa ella cuando dice con mucha gracia:
Yo he nacido en el campo y fue mi cuna.
De verdes ramas y laurel tejida,
Y fue mi alma infantil sin pena alguna.
Al canto de las aves dormida.
Desde sus primeros años manifestó mucha afición a la poesía y hacía multitud de composiciones que ocultaba cuidadosamente para que nadie las viese; mas descubierto por su padre, el Sor. D. Manuel de Céspedes, le puso un maestro para que se perfeccionara en la lectura y escritura, cuyos principios había adquirido por sí sola. Estos fueron los únicos ramos que aprendió en su niñez, hasta que su hermano Don José María de Céspedes, estudiante entonces de Derecho y Doctor después y Catedrático de Jurisprudencia, vino a pasar las vacaciones con su familia y trajo consigo una escogida biblioteca, en la que Úrsula acabó de desarrollar su gusto por la bella poesía. Escribió entonces algunas composiciones más limadas, más conformes a la regla del arte, y venciendo su natural temor al ruego de sus amigos, se determinó a publicar algunas de ellas. El Redactor de Cuba y el Semanario Cubano fueron los primeros periódicos en que vieron la luz sus obras.
Más tarde aparecieron en la Prensa de La Habana las composiciones tituladas El nombre de Úrsula Céspedes se ha inscrito siempre al lado de las poetisas de Cuba que con mejor éxito han pulsado la lira en esta tierra de bendición. Al que estos renglones escribe cupo el honor de llamarla calandria, y fue recibido con tanta aceptación que hoy se le conoce por ese sobrenombre casi tanto como por su nombre bautismal.
En la Cuba Poética, colección escogida de las mejores composiciones de los poetas cubanos, desde Zequeira hasta nuestros días, aparecieron varias de sus producciones y en la Galería de retratos de poetas cubanos, aparece el suyo al lado de los de la Avellaneda, Luisa Pérez y otras.
A mediados del año 1854 abandonó por primera vez el hogar paterno y acompañada de una hermana siguió a su hermano Don José María a Villa Clara. Hizo en este punto varias composiciones que vieron la luz en el Eco de Villa Clara, La Alborada, El Progreso, El Fomento de Cienfuegos, Hoja Económica, La Abeja y El Correo de Trinidad, siendo solicitadas con empeño de todas las redacciones. A fines del 55 retornó a Bayamo donde fue recibida con verdadero entusiasmo por todos sus compatriotas. Entonces publicó en el Boletín de esta ciudad muchas composiciones, entre ellas « La vuelta a Bayamo».
El día 4 de diciembre de 1857 se unió en lazo matrimonial con el joven poeta Don Ginés Escanaverino de Linares, que se hallaba entonces de redactor de La Regeneración y a quien conoció en la villa del Escambray y en junio del siguiente año obtuvo del Gobierno Superior el título de maestra de instrucción primaria. Pensionada por el Ilustre Municipio, abrió una academia de niñas, que puso bajo la advocación de «Santa Úrsula», y en ella derrama actualmente en su nativo suelo la luz del saber y el amor a la virtud, tan profundamente arraigado en su alma.
Es preciso atender a todas estas circunstancias para hacer un juicio razonado de sus composiciones literarias. El que pretenda hallar en el adjunto tomo grandes conocimientos, rasgos de una instrucción desmedida, bellezas de arte, en fin, que le cierre desde luego, pues no podría satisfacer su anhelo: el que busque en él los delirios de un alma apasionada y tierna, el amor, la amistad, el patriotismo, todos los sentimientos nobles, todas las virtudes heroicas, expresadas en versos armoniosos, léale desde el principio hasta el fin: Úrsula no es la poetisa del arte que canta cítara en la mano: es la poetisa de la naturaleza que canta como las aves y que suspira como los céfiros: en sus composiciones la cabeza es poca cosa y el corazón es todo. Su inspiración le viene de Dios, y si le preguntarais la razón de ella quizás os diera la misma contestación que un pájaro de las selvas a quien le preguntais por qué cantan. Por eso sus versos, a pesar de los defectos de que adolecen, arrebatan y seducen: ella pinta lo que siente, pero lo hace con tanta verdad de colorido, que su sentimiento se transmite como el fluido magnético al de los que oyen sus acentos inspirados.
Más no por esto se crea que sus composiciones sean tan esencialmente naturales que estén desprovistas de toda regla de arte: tiene algunas que no desestimarían si tal dijéramos leed «El bien y el mal», «El tiempo» y otras, y no sólo hallaréis en ellas las reglas de la verdadera poesía, sino una notable elevación de pensamientos.
El amor maternal la inspira con vehemencia, y la composición «A mi hija Luisa» es uno de sus más bellos cantos: citar un párrafo de ella sería hacer una injuria a los demás. La elegía ¡Está dormida!, compuesta en la muerte de su querida y malograda discípula la Srta. Doña Eudosia Palma, revela la fuerza de un sentimiento negado a creer la muerte de un ser querido: es de lo mejor que Úrsula ha escrito. Si fuéramos a enumerar una por una todas las bellezas que encierra este tomo, sería una tarea demasiado larga, aunque al hacerlo casi no tendríamos más trabajo que abrir el libro por cualquier parte y señalar lo que leyéramos. No lo cerraremos, sin embargo, sin hacer una especial mención de las composiciones. La palma de Cuba, La ascensión del alma, En la muerte de Adelaida del Cañal, El huérfano, El pirata y la Sirte Al Sol, por ser las que más sobresalen. Concluiremos, pues, pero antes de hacerlo recomendamos a nuestros lectores la lectura y apreciación de este libro, escrito en tan particulares circunstancias. Le consideramos uno de los monumentos de las glorias literarias de Cuba: será fuente de gusto para nosotros y nos hará ver con cuánta verdad dijo Muñiz de Monte en su poesía al inmortal Heredia: No hay maestro, no hay doctrina, El genio es la inspiración.
Fuente: Muñoz, L. (2013). El canto de Calandria. Ed: Bayamo pp: XI, XII y XIII |
Cuando Calendaria Fuigueredo (Canducha) cayó prisionera de las tropas españolas, fue conducida a Manzanillo en compañía de Borja Céspedes –hermana de Carlos Manuel- y de sus hermanitos Angelo y Luz. En Manzanillo fue encerrada en el fuerte de Zaragoza, incomunicándosele. Allí pasó los primeros días de su cautiverio, sin tener más cama ni más asiento que un tosco cajón que, en sustitución de éstos, se le había cedido. Era Jefe del fuerte el Comandante Francisco Almoguera, pero como se hallaba en operaciones, lo había sustituido el Comandante Francisco Rodríguez. Al siguiente día fue llevada Canducha a presencia del Comandante Rodríguez, sometiéndola a un minucioso interrogatorio. Terminado éste, de manera funesta para el Comandante, cuyo propósito era obtener detalles de la revolución, argumentó de nuevo:
-Bien, señorita Figueredo. Ahora, dígame: ¿tiene usted alguna persona en esta ciudad que le pueda enviar los alimentos que necesita?
Canducha, que hasta aquellos momentos había contestado con arrogancia las preguntas del militar español, se irguió nuevamente y, como si enredara en su respuesta un látigo, le replicó:
-No, no tengo!
-¿Cómo es eso?, le observó el Comandante.
-Sencillamente se comprende. Yo no soy manzanillera: ¡soy bayamesa! –tomó a replicarle, pero en esta vez con una altivez que asombró al Comandante.
-Con qué énfasis lo dice usted –murmuró éste.
-Digo la verdad –le respondió Canducha. Todo el pueblo sabe que Perucho Figueredo es bayamés!
-Bueno- argumentó el militar- pero su padre tenía muchos amigos aquí.
Rápida, Canducha le contestó con marcada ironía, segura del efecto de sus palabras:
-Es verdad: pero todos sus amigos se fueron con él al campo de la revolución.
Calló el Comandante Rodríguez, mortificado por aquella actitud de la joven, y Canducha le volvió la espalda, dando por terminado el interrogatorio.
Fuente: Maceo Verdecia, J. (2009). Bayamo. Ed: Bayamo pp. 177 y 178. |
Las mujeres más linda de Cuba, sin ofender al resto y en opinión de algunos hombres, son las féminas nacidas, criadas o radicadas en la ciudad de Bayamo. Dicen que su color de piel trigueña o cartucho es característico, además de sus ojos oscuros y pelo encrespado, aunque con el paso del tiempo la diversidad se ha impuesto en esa tierra.
Recorren las calles, trabajan, cuidan a sus hijos, se divierten y son herederas de otras mujeres que vivieron en la Ciudad de los Coches. Se les reconoce como bayamesas lo cual, más que un gentilicio, es un compromiso y orgullo que no pueden ocultar.
Son agasajadas con: flores, diplomas, discursos, versos, pinturas y canciones. Gracias a esa última manifestación del arte surgió en la década del 40 del siglo XIX una obra símbolo de romanticismo y respeto hacia ellas, La Bayamesa.
Sin embargo, con 500 años de historia, la ciudad Monumento Nacional se ha transformado y como consecuencia, la manera de alagar a las damas. Una particularidad es que en el paseo General García, uno de los espacios más concurridos de Bayamo, conviven dos hombres con elementos en común y motivos muy diversos.
Un individuo, de no tan buen aspecto y poco de cuerdo, se dedica a desmotivar a cuanta fémina encuentra a su paso. Él alega que le dan lástima, les dice que tienen un feo cuerpo y, en lenguaje despectivo, “que están malas”.
Por otro parte, el segundo, con no tan buen aspecto y poco cuerdo, alaba a las mujeres que pasan por su lado. Ese destaca sus cualidades más distintivas, sin importar la edad, su prisa o la indiferencia. Se le escucha decir: no te cambies tu color de pelo que se te ve muy bien, esos espejuelos te hacen única, hoy estás magnífica o eres la mujer más bella que he visto. Además expresa que “él sería incapaz de ofender a una fémina, porque de ellas salimos todos”.
Cierto es, que en una tierra donde existe el machismo, los halagos hacia las mujeres de Bayamo se mantienen; y pareciera que al verlas vuelve a la mente aquellas estrofas “no recuerdas gentil bayamesa, que tú fuiste mi sol refulgente…” y esos halagos o piropos, que en ocasiones, pueden convertirse cariñosos reconocimientos o desagradables frases que empañan el día.
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